CAQUETEÑIDAD: ÉXODOS, CONFLICTOS Y MEMORIAS

Por Gabriel Perdomo Castañeda

“Cada lugar tiene su tiempo, cada tiempo su marca, cada desencanto su maravilla”

Mario Benedetti 

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Tal como lo decía Heráclito de Éfeso “todo fluye, nada es, todo es un devenir”; en esta perspectiva los seres humanos y territorios son como los ríos: siempre corren, están en permanente transformación y desde esta mirada aquí se pretende interrogar al Caquetá  en su proceso territorial[1] y humano, para que diga de qué ternuras y violencias ha nacido, qué vicisitudes ha experimentado en su fluir histórico, qué es hoy y qué perspectivas de desarrollo tiene; pues es válido lo dicho por Mario Benedetti: “cada lugar tiene su tiempo, cada tiempo su marca, cada desencanto su maravilla”.

Desde este horizonte epistémico se pretende otear una complejidad de pueblos y por tanto de subjetividades[2] y territorios, en distintos tiempos de este devenir del rio humano y territorial del Gran Caquetá, en donde hay conflictos sociales y nuevos migrantes. A esta complejidad objetiva y subjetiva, biofísica, sociopolítica y simbólica, la he categorizado con la expresión caqueteñidad, reconociendo de antemano que la elaboración de este constructo teórico es una tarea colectiva y compleja de investigadores sociales en la cual pesan las incertidumbres del saber[3].

La caqueteñidad es el devenir sociocultural, memorias y voces de un rio territorial y humano, y hace referencia a una diversidad de éxodos de distintos grupos humanos  que llegaron al territorio del gran Caquetá, en la Amazonia colombiana, huyendo de conflictos económicos, sociales y políticos con la finalidad de salvarse y sobrevivir.

Desde esta perspectiva ser caqueteño significa llevar en el espíritu las memorias de éxodos que parieron la sociedad caqueteña, en la Amazonia Colombiana. En este contexto ser caqueteño ha sido una construcción subjetiva y sociocultural que implica a la vez un acto de fe y coraje, pues los colonos en cada coyuntura sociocultural fueron arrastrados por unos conflictos e imaginarios que hicieron de ellos hombres y mujeres de mucha fe y coraje para afrontar las vicisitudes de la nueva sociedad.

Caqueñidad,[4] como expresión del ser biopsicosociocultural del Caquetá y categoría en construcción la comencé a enunciar en 1977; como saber y categoría en construcción rebasa toda definición naturalista, positivista, reduccionista y pretende dar cuenta de los procesos de configuración objetiva y subjetiva de sociedades y culturas particulares, inmersas en la cordillera, el piedemonte cordillerano, el llano y las selvas Amazónicas como son específicamente la extensión y conjunto de pueblos ribereños del río Yapurá o Caquetá y sus afluentes como el Guecaya o Caguán, Suya u Orteguaza, como los denominaron respectivamente indígenas y españoles. A esta construcción el gran río Caquetá le dio nombre y abarca “todas las parcialidades de esta República nadante”[5] tal como la describieron literalmente los franciscanos en el siglo XVIII, quienes estaban admirados por la espesura de la selva y el caudal abundante de sus  ríos.

CAQUETEÑIDAD Y MIRADAS DESDE FUERA

Al interpretar históricamente la conformación de la caqueteñidad y sus imaginarios, se descubre, entre otros aspectos, que ésta es el producto de contradictorias y distintas miradas desde fuera, que han afectado nuestro ser psicosociocultural y el territorio en sus dimensiones biofísica, sociopolítica y simbólica, inmersos en este río humano e histórico.

En el siglo XVI, el territorio del gran Caquetá fue el lugar imaginado de “El Dorado”, morada de las Amazonas. Por el territorio del Fragua pasó el expedicionario Hernán Pérez de Quesada en 1592; este espacio fue codiciado en el tiempo del mercantilismo, pero también fue el territorio imaginado de monstruos y terribles fieras, espacio de sueños y delirios.

A mediados del siglo XVIII, la Provincia del gran Caquetá, fue el escenario de “gentes baldías” como lo afirmaba el fraile franciscano Martín de Montalbán al referirse a los indígenas quienes fueron reducidos en pueblos cuyos nombres fueron registrados así: Andaquíes del Hacha, San José del Bodoquero, San Antonio del Caquetá, San Francisco Solano, Santa María del Caquetá, el Pescado de los Andaquíes y otros, durante la conquista y la colonización española.

Hacia finales del siglo XIX e inicios del XX, después de ser olvidado el Caquetá por el gobierno central a raíz de las guerras civiles, se miró a la Amazonia Colombiana como un escenario de tierras baldías para conquistar e indios para catequizar.

A finales del siglo XIX en el territorio caqueteño aparecieron quineros y caucheros “hijos de la aventura, el azar y la necesidad”

En el siglo XX, especialmente a partir de los años veinte, el territorio o “naturaleza del Caquetá” fue visto por distintos actores sociales y diversas perspectivas[6]; así entre otros aspectos, desde fuera, fue visto como “palacio encantado”, “el paraíso perdido”, “mundo de mundos inexplorados” para abrigo de  colonos, hijos del desamparo social, la esperanza y el coraje.

Después de los años cincuenta, la violencia liberal-conservadora, la inexistencia de reformas agrarias, la debilidad del Estado y el conflicto sociopolítico arrojaron nuevos migrantes: eran hijos de la violencia, quienes manifestaban su vocación de paz, de justicia social y se encontraban con los otros para construir una nueva sociedad. Años después, el fracaso de las políticas de colonización, la violencia social y la llegada de los cultivos ilícitos[7] transformaron parcialmente nuestra sociedad y cultura, situación  agravada por el conflicto social y armado que desde hace más de cinco décadas vive el país.

Actualmente, en el siglo XXI, un gran número de herederos de la colonización, son hombres y mujeres amazonizados, jóvenes y niños nacidos aquí, quienes tienen el reto histórico de modelar una sociedad justa, sustentable y socialmente democrática. Sea de anotar que la formación sociocultural de Florencia se ha comenzado a estudiar y está en proceso de investigación, en donde se dan cuenta de sus coyunturas socioculturales y de las personalidades que han intervenido en la construcción sociocultural de Florencia.[8]

 CAQUETEÑIDAD: PLURALIDAD DE ÉXODOS, SUJETOS Y MOMENTOS SOCIOCULTURALES

Al interpretar históricamente el proceso de conformación de la caqueteñidad como devenir de sujetos y del territorio, se descubre, entre otros aspectos, que ésta  ha sido producto de diversos sujetos biopsicosocioculturales, que han sido constituidos en momentos y/o diversas coyunturas vividas en el territorio, que deben ser estudiadas de manera sistemática, teniendo en cuenta la construcción del territorio y la constitución de diversos actores o protagonistas de la misma; a la vez esta formación sociocultural ha sido afectada por contradictorias y distintas miradas que han incidido en su devenir.

La caqueteñidad es un movimiento biopsicosociocultural de hombres y mujeres   inmersos en diversos momentos de un devenir territorial y humano a veces  heterogéneo, tortuoso, híbrido[9], con desarrollo contradictorio y desigual; síntesis de diverso éxodos, mentalidades y de metamorfosis del hombre en este territorio. Este  proceso se aborda teniendo presente por lo menos los siguientes momentos o coyunturas socioculturales:

  1. La “gente baldía”: la colonia y la negación de la identidad del indígena, Caquetá 1635-1800. Más allá de los imaginarios que se tejieron sobre la Amazonia, el Caquetá era básicamente un territorio de indígenas: Andaquíes en la tierra de los ríos Hacha, Orteguaza, Pescado y Solano; Tamas en la ribera del río Guecaya –Caguán–; Macaguajes en la boca del Mecaya –Orteguaza–; Coreguajes en el Mecaya y Zenzeguajes, Payaguajes y toda la familia de los Carijonas. La tragedia de la selva y fundamentalmente de estas regiones indígenas comenzó con el etnocentrismo de la dominación española. He aquí el testimonio de Fray Martín de Montalbán:

 “ …y navegando sus caudalosos ríos hallé en el recinto de uno u otro río tanta gente que con su ceguedad constituían para Luzbel un dilatado imperio…y ahora que en esta provincia han salido al pueblo de Condagua, pueblo cristiano y pacífico de la jurisdicción de la antigua ciudad de Mocoa, se me hace preciso postrarme a los pies de V.E. y suplicar como patrón de la Fe Católica se sirva hermanar con su poder el brazo derecho de la iglesia y el siniestro de las fuerzas seculares…Por lo que, E.S. apelo a la cristiandad y celo para que en la consecución de tan alto fin se empeñe toda la real autoridad de V.E.,(…) para que por el medio posible contenga a ésta gente, pues para éste fin hay muchos en esta ciudad que se han indultado de atroces delitos con el reto de asistir a este fin y respecto de haber fuera de ésta mucha gente baldía”.[10]

Este testimonio señala una ruptura en el acontecer histórico de los indígenas, quienes eran distintos por sus valores y por la organización de su vida material y espiritual, expresadas en sus diferentes formas de manejar la tierra, de gobernarse, de hablar y de adorar a sus dioses, de vivir en comunidad, etc. A partir de ese momento, entraron en una relación de dominación que comenzó a ser ejercida por “el brazo derecho de la iglesia” y “el siniestro de las fuerzas seculares”. Dada la mentalidad de la época  se impuso  la negación de la identidad de esos pueblos y por ello se le dio el calificativo de “gente baldía”, tal como se expresa en el texto citado anteriormente. Esta condición se impuso en el Caquetá durante la colonia bajo la dirección de los frailes franciscanos (1635-1800), quienes desde los conventos de Quito, Popayán y Neiva impulsaron las misiones y dentro de dicha dinámica constituyeron pueblos “formados a son de campana”, tales como Santa María del Caquetá, en la banda sur, un poco más arriba del río Mecaya; Andaquíes del Orteguaza, más arriba de Solano; San Miguel de Picuntí; Nuestra Señora de las Gracias del Río Caguán; San Antonio de los Tamas; San Francisco Solano; Los Canelos y la Bodoquera.[11]

 Para facilitar el adoctrinamiento de los indígenas, los misioneros no solo aprendieron sus lenguas, sino también generalizaron una de ellas: la Cenoa. Desde entonces se impulsó su integración a partir de la exclusión de sus culturas y del “ninguneo”, también practicado por los Jesuitas durante el periodo de su presencia en la región amazónica entre 1844 y 1857. Posterior a este momento, los territorios del Putumayo y Caquetá quedaron en la “orfandad espiritual” hasta inicios del siglo XX, cuando frailes capuchinos catalanes, dado el triunfo de la Regeneración Política, del Concordato entre el Vaticano y el Estado Colombiano (1887) y los Convenios de Misiones, se propusieron abrir otra vez esta frontera espiritual bajo un modelo hispánico.[12]

Negros y palenques en el Caquetá. Pero el territorio caqueteño durante el siglo XVIII fue también un lugar de refugio del negro y espacio abierto para las negritudes en su lucha contra la esclavitud por parte del blanco. En su informe de 1773, los Frailes Franciscanos afirmaron que por los lados de San Francisco Solano existían negros mineros trabajando, y el cronista revela la existencia de palenques por entonces:

“…en la distancia de 10 días de camino por agua y tierra que hemos apuntado, medida desde la primera fundación de San Francisco, se encuentran también en el mismo ejercicio dichos Aguanungas y viviendo con ellos algunos negros fugitivos que por eximirse de la servidumbre…se han venido de esa ciudad –Pasto– y de las reales minas de la provincia del Chocó, y retirándose a éstas montañas como también otros esclavos y mestizos libres…y lo más en una colina fortificada y defendida por la naturaleza, que se eleva a la banda del norte y en la orilla septentrional del Caquetá, y frente a la boca de un riachuelo que llaman Yuruyaco, en donde van formando su palenque y dista un día de jornada de navegación de los referidos pueblos desamparados de San Antonio del Caquetá”[13]

 Quineros y caucheros. Hacia finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, después de ser olvidado el Caquetá por el gobierno central a raíz de las guerras civiles, se miró este territorio y a la Amazonia Colombiana como un  escenario de tierras baldías para conquistar, e indios para catequizar.

Entonces, en las márgenes del Río Caquetá irrumpieron nuevos sujetos psicosocioculturales: eran comerciantes empresarios, peones Quineros y caucheros[14]; por ese tiempo predominó la vida cauchera cuya esencia era “el azar, la necesidad y la anarquía moral que correspondía, a su vez, a una economía marginal y extractiva, dependiente de los vaivenes del precio del caucho, que dialécticamente alimentaba un poblamiento fantasma y la axiología del aventurero”[15], en un sistema de explotación del caucho que generó un genocidio de más de 50 mil indígenas, especialmente en el bajo Caquetá, y en las regiones de El Encanto y La Chorrera, pertenecientes al territorio del Amazonas. Estos caucheros fueron  caracterizados por Antonio García como “los más fuertes y los más débiles, los más rencorosos y los más humanos, todos reunidos por un imperativo biológico, en el mismo paraíso y en el mismo infierno”; esta misma circunstancia fue narrada por José Eustasio Rivera en La Vorágine y también en la novela Toá[16] de Cesar Uribe Piedrahita.

  1. Colonos: hijos del desarraigo y la esperanza. En la década del 20 del siglo XX la crisis del caucho se acentuó por la competencia extranjera que se daba en Malasia y dada una crisis en la economía nacional, entonces se inició en el Caquetá una colonización básicamente de campesinos huilenses quienes recién llegados empezaron a organizar fincas y pueblos junto a los antiguos caucheros fracasados. Posteriormente se fortalecieron las fundaciones anteriores y se constituyeron otros pueblos tales como Belén (1917), Guacamayas (1921) y varias fincas fueron creadas en las riberas del Caguán y del Guayas. Por esta coyuntura de los años veinte hasta los cincuenta, la población comenzó a aumentar en el territorio: si en 1938 el Caquetá tenía 20.000 moradores, en 1951 ya se registra en el censo 45.471 habitantes.

Antes, en el tiempo de las caucherías, había predominado un espíritu aventurero y extractivo; desde los años veinte del siglo XX, se inauguró un espíritu campesino productivo y solidario con nuevos sujetos psicosocioculturales denominados colonos, quienes fueron caracterizados como “gente heroica en el trabajo, que no se arredra ante las dificultades más grandes de la selva, y la va convirtiendo rápidamente en cultivos y ganadería, y que se lleva la palma de una transformación extensa, rápida y definitiva de los terrenos”[17]. En este contexto, el Caquetá fue visto como “palacio encantado”, “el paraíso perdido”, “tierra de promisión”, “mundo de mundos inexplorados”. Entonces, sus colonizadores fueron básicamente campesinos  de origen huilense, liderados social y culturalmente por los frailes capuchinos catalanes; esta colonización de hombres y mujeres honrados, de vida tranquila, muchas veces rutinaria, sufrió un sobresalto: el Conflicto con el Perú (1932-1933), que vinculó el territorio al Estado y la nación colombiana y obligó al gobierno a construir la carretera Altamira-Florencia y a traer una sucursal del Banco de la República, con lo cual se dinamizó el comercio regional. Para interpretar este momento sociocultural remito a los lectores a la segunda parte de este texto titulado: Colonos: hijos del desarraigo y la esperanza. Memorias de la colonización caqueteña. Años veinte al cincuenta del siglo XX; trabajo de investigación realizado con Mireya Emperatriz Quiñoz Q.  Sea de anotar que este trabajo estuvo precedido  por otra investigación del profesor e investigador de la Universidad de la Amazonia Gabriel Perdomo Castañeda, titulada Capuchinos y Caqueteñidad: sujetos y territorios (Caquetá: 1893-1951).

  1. Colonos: hijos de la violencia liberal-conservadora. A partir de 1948 a raíz del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán o El Bogotazo y la guerra civil entre liberales y conservadores, se produjo una “desbandada de inmigrantes atemorizados”[18] e irrumpió un proceso de colonización masivo que hizo fortalecer los antiguos pueblos y generó la aparición de otros tales como Doncello (1951), Paujil (1952) y otros.

La violencia liberal-conservadora, la inexistencia de reformas agrarias, la debilidad del Estado y el conflicto sociopolítico arrojaron nuevos migrantes: eran   colonos, hijos de la violencia bipartidista, quienes manifestaban su vocación de paz  y se encontraban e interactuaban con los otros, para construir una nueva  sociedad; entonces, la sociedad caqueteña dejó de ser una colonización de huilenses para abrirse a diversas regiones del país. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que después de la mitad del siglo XX hasta nuestros días, los  Misioneros de La Consolata, de procedencia italiana, ejercieron un papel protagónico en la conducción cultural de la sociedad.

  1. Colonos: hijos de la violencia social y conflicto sociopolítico. En los inicios de la década de los setenta del siglo XX, el conflicto de tierras en Colombia y la violencia social, siguen generando oleadas de migrantes y en ese contexto surgen nuevos pueblos tales como San José del Fragua (1961), Milán (1964), Valparaíso (1964), Puerto Manrique (1965), Cartagena del Chairá (1963), Curillo (1966), Puerto Torres (1967), Rionegro (1968), Yurayaco, entre otros. El crecimiento de la población fue una constante: si en 1951 el Caquetá tenía 45.471 habitantes, en 1964 pasó a 103.718 y en 1973 llegó a la cifra de 179.745 habitantes. El origen de estos migrantes puede apreciarse en el siguiente cuadro:[19]

Zonas de inmigración al Caquetá

1964 1979
Huila 53.3%  
Tolima 15.8% 55.0%
Caldas 6.7%  
Cundinamarca 5.2% 8.5%
Valle 4.7% 5.0%
Boyacá 3.5%  
Antioquia   7.4%
Risaralda   4.6%
Cauca   4.0%
Nariño   2.0%
Restantes 10.9% 13.5%
TOTAL 100.0% 100.0%
  1. Para los años 70, en virtud de la ausencia del Estado en la región y del incremento de los conflictos sociopolíticos del país, se produjeron nuevos frentes de colonización y aparecieron asentamientos humanos tales como santa Fe (1971), Cumarales (1984), Remolino (1976), Monserrate (1984), Santo Domingo (1985) y Peñasco. Este espacio sociocultural, también fue integrado por colonos oriundos del Huila, Tolima, Caldas y Antioquia.[20]

Posteriormente, dado el fracaso de las políticas de colonización, la pobreza de los colonos, la carencia de servicios públicos, se generaron paros campesinos y populares como el Paro Campesino (1971), el Paro Cívico Pro-Electrificación del Caquetá (1977)[21]. Además, a mediados de la década del setenta del siglo XX, la crisis social de la colonización fue un caldo de cultivo para la llegada de los cultivos ilícitos y la aparición de actores violentos[22] que incidieron en  la sociedad y la cultura.

Las necesidades del campesinado caqueteño volvieron a expresarse nuevamente en 1996 en las marchas campesinas que demandaban políticas agrarias, sustitución de cultivos ilícitos, inversión social y programas de desarrollo integral; ante estas situaciones desafortunadamente las élites  sociales y gobernantes del país no han dado respuesta y desgraciadamente se ha impuesto la guerra.

De otra parte, los indígenas hoy han quedado reducidos en toda la región a menos de tres mil quinientas personas, integrantes de minorías étnicas como los Coreguaje y Uitoto, los inmigrados Emberá del Chocó y Nasas del Cauca, todos ellos afectados por los procesos de colonización, el narcotráfico y los conflictos sociales y culturales contemporáneos.

Jóvenes y niños amazonizados. En 1985 el Caquetá ya tenía 240.473 moradores y en el año 2005 el DANE calculaba una población de 420.337 que actualmente se acerca a los 500.000. Hoy, además de las generaciones mayores irrumpe un gran número de herederos de estos procesos de colonización: niños y jóvenes nacidos aquí, quienes están en un proceso de crear sentido de pertenencia y tienen el reto histórico de modelar una sociedad justa y democrática.

En síntesis, la caqueteñidad es hija de la indianidad y el mestizaje, es también expresión del negro fugitivo en busca de la libertad en el embrujo de la manigua, es la urdimbre de economías extractivas y colonización, donde se ha  heredado la aventura, la esperanza y el coraje. El caqueteño históricamente lleva en sus raíces un espíritu aventurero y una vocación productiva y de paz, todo lo cual se ha manifestado en el afán de riqueza, conquista de la tierra, la cultura y la justicia social; como hombres y mujeres precolombinos, negros y mestizos han construido un nuevo pueblo que tiene sed de justicia social tal y como lo han expresado en sus movimientos sociales y políticos.

Es obvio que cada uno de los anteriores momentos del devenir territorial y de diversos sujetos en el Caquetá, incluyendo indígenas y negritudes, merecen ser estudiados con detenimiento para conocer con profundidad el proceso del ser y devenir de nuestra formación sociocultural que aquí denominamos caqueteñidad.

CAQUETEÑIDAD: CULTURAS NEGADAS Y SOCIEDADES EXCLUIDAS

No hay duda, que el devenir sociocultural del gran Caquetá, un complejo territorio de la Amazonia Colombiana tiene que ver con una historia de culturas negadas y sociedades excluidas. El Caquetá ha sido una historia de culturas negadas en cuanto nuestro pasado y parte de nuestro presente es expresión de diversas comunidades indígenas Andaquíes, Coreguajes, Uitotos, Inganos y otras, miradas y manipuladas por el hombre blanco, quienes bajo el gobierno central y sus élites sociales y políticas decidieron transformar a los indígenas en hombres “civilizados”, negando sus cosmovisiones, sus costumbres, sus idiomas para adecuarlos a la llamada Nación Colombiana, según el modelo católico e hispánico. Esta situación de negación de las culturas propias ocurrió con intensidad hasta mediados de los años setenta del siglo XX cuando las organizaciones indígenas levantaron su voz  y exigieron respeto a su identidad, reivindicación formulada  en la Constitución de 1991 que reconoció el carácter multiétnico y pluricultural de la sociedad colombiana. Hoy, las minorías indígenas siguen luchando por el respeto a sus identidades y territorios y por ser incluidos en un proyecto social que les asegure su supervivencia y un desarrollo humano sustentable.

El Caquetá ha sido un acontecer de sociedades negadas –indígenas y negros–  y  excluidas –colonos–, en cuanto su pasado y su presente no ha sido una expresión de ángeles y príncipes sino un río humano de hombres y mujeres, quienes en su condición de colonos fueron arrojados a estas selvas del sur por la concentración del capital y la pobreza para conquistar un sitio bajo el sol.

La actual población que habita el Caquetá, con excepción de los indígenas, se comprende en un período histórico de corta duración de aproximadamente cien años. Esta población, envuelta en los conflictos del país, no ha tenido un tiempo reposado para consolidarse, sedimentarse y distinguirse de otros pueblos; además, gran parte de la población joven vive inmersa en la dinámica de los medios de comunicación, las imágenes y voces de culturas “desterritorializadas”, situación ésta  que contribuye a que  algunos  jóvenes tengan precario sentido de pertenencia.

CAQUETEÑIDAD: MIRARNOS DESDE DENTRO Y CONSTRUIR EL NOSOTROS

 Durante mucho tiempo, con excepción del breve período del CILEAC (Centro de Investigaciones Científicas y Etnográficas de la Amazonia Colombiana –1934 a 1951–, fundado por el ilustre Fraile Marcelino de Castellví, los caqueteños  dejamos de mirarnos a nosotros mismos; razón tiene Camilo Domínguez cuando afirma que “durante  la mayor parte del siglo XX el Caquetá creció de espaldas al Amazonas y mirando hacia el rio Magdalena; solamente en los dos últimos decenios se percató de su pertenencia regional y del papel protagónico que tiene que cumplir en su contexto, dejó de ser una provincia del Huila y asumió las funciones de adalid en la Amazonia Colombiana.[23]

Hoy, desde la caqueteñidad, entendida como el devenir de un viaje a lo nuestro, memoria y expresión biopsicosociocultural de indios, negros, mestizos y mulatos, quienes al encontrarse colectivamente se redescubren en un trabajo de autoconciencia colectiva y se proponen engendrar el nosotros desde el yapurá o Caquetá: una complejidad pluricultural y biodiversa, rica en luces y colores, abierta a la nación y al mundo.

La caqueteñidad, como categoría de lo cultural en el Caquetá[24] y como devenir  histórico, tiene que ver también con el rescate de la memoria histórica, la promoción de la creación cultural y el encuentro lúdico de los diferentes grupos humanos o etnias que construyen sociedad en el Caquetá, desde el aquí y el ahora.

Construir caqueteñidad hoy, significa esencialmente que los pueblos y culturas en el Caquetá se miren desde dentro y se auto-reconozcan colectivamente y   rescaten la memoria de sus pueblos.

La caqueteñidad, como expresión de pertenencia, de sujetos y territorios en devenir a orillas del Caquetá y sus afluentes, no crece silvestre, sino que ella es un rio histórico, una construcción humana y social.

CAQUETEÑIDAD: MEMORIA DE ÉXODOS, CELEBRACIÓN Y NUEVOS PROYECTOS

La categoría caqueteñidad pretende ser un instrumento pedagógico  para  rescatar la memoria histórica y diversos éxodos, con el fin de fortalecer la creación cultural, promover el  diálogo interétnico de los pueblos del Caquetá. La caqueteñidad puede ser también la celebración de la  fiesta grande de la presencia indígena, negra y mestiza, la odisea colonizadora, el presente joven e infantil  de una población amazonizada, y   expresión de los anhelos colectivos de construcción de un proyecto sociocultural, que se apropia de la riqueza de su pluralidad étnica y su rica biodiversidad.

Se necesita, entre otras urgencias, que, desde una toma de conciencia colectiva, las diversas generaciones  conozcan las historias, el ser del Caquetá y lo puedan rescatar y recrear en la obra histórica, en la literatura, en la música, en la danza, en el teatro, en la arquitectura, en síntesis, en el arte y en las distintas expresiones estéticas. Además, esta sociedad de indígenas, de negros, de mestizos colonizadores, de niños y jóvenes amazonizados, esperan una nueva  oportunidad para expresarse y para inventar el nosotros, desde Florencia[25], desde los pueblos del Caquetá y la Amazonia Colombiana.

 En síntesis, la caqueteñidad es un devenir histórico sociocultural, heredero de muchas etnias, procesos migratorios y conflictos sociopolíticos; la caqueteñidad  tiene muchos rostros, muchas caras, muchas historias, variados matices, expresiones múltiples del Caquetá y Colombia; pero más allá de estas disímiles  circunstancias que definen su  particularidad, ella es  un complejo sociocultural amazónico del Gran Caquetá. La expresión caqueteñidad reivindica el derecho a reconocernos colectivamente, a rescatar nuestra memoria colectiva, favoreciendo el diálogo sociocultural y la construcción de un nuevo proyecto de sociedad y cultura;  pero, sobre todo, la categoría caqueteñidad pretende que nos estudiemos desde nuestras particularidades, pues como lo confiesa Mario Benedetti “cada lugar tiene su tiempo, cada tiempo tiene su marca, cada desencanto su maravilla”, y aún más en el ámbito de apertura a la nación y al mundo. Este conocernos e inventarnos a nosotros mismos ocurre en la dialéctica de lo global y lo local   donde  “la globalización se localiza, y las localidades se globalizan”, oteando, a la vez, un horizonte más complejo, pues la denominada “globalización” muchas veces no es otra cosa que la imposición y dominio de un sistema económico neoliberal, de mercado; no obstante, más allá de esta circunstancia determinante,  en el planeta se impone la mundialización que implica encuentro, yuxtaposición, asimilación o no de diferentes culturas en un fenómeno complejo de interculturalidad que es necesario comprender desde nuestras localidades y especificidades.

La  caqueteñidad, como mirada del río humano en el gran Caquetá, complejidad de sujetos y territorios y como auto comprensión colectiva de estos pueblos,  facilita imaginar y construir símbolos y variadas expresiones que den cohesión, alimenten,  fortalezcan el alma colectiva de estas sociedades y culturas, quienes reclaman un sitio bajo el sol en la construcción de un nuevo país en el cual la equidad social y las políticas de inclusión sean una prioridad del Estado y donde siguiendo a García Márquez las estirpes condenadas a la soledad tengan derecho a una nueva oportunidad sobre la tierra y puedan construir caminos de paz social, democracia, justicia y libertad.

[1] Véase: PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel. “Paraíso inexplorado y Laberinto de sorpresas”. En la selva la mesa está servida. Caquetá años veinte al cincuenta del siglo XX. Florencia: informe año sabático, Vicerrectoría de investigaciones, Universidad de la Amazonia. 2023 (sin publicar).

[2] PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel y QUIÑONES, Mireya Emperatriz. Vecinos, Familia, Iglesia y Escuela como Instituyentes del Colono Caqueteño. Caquetá: Década del Veinte al Cincuenta del Siglo XX. Tesis de Grado para optar al título de Psicólogo, Florencia: Universidad Abierta y a Distancia UNAD, 2009.

[3] WALLERSTEIN, Immanuel. Las Incertidumbres del Saber. Barcelona: editorial Gedisa, 2005.

[4] La expresión caqueteñidad, ha sido pensada en un proceso: inicialmente fue acuñada por el suscrito en el año de 1977; posteriormente elaboré el artículo “Caqueteñidad: fuente rica para una cultura popular” (1990); más tarde produje la ponencia “Caqueteñidad: categoría interpretativa de un territorio Amazónico” (1995);  luego, el texto denominado: “Capuchinos y Caqueteñidad: sujetos y territorio (Caquetá: 1893-1951) publicado en 1999 y el texto mencionado anteriormente “Vecinos, Familia, Iglesia y Escuela como Instituyentes del Colono Caqueteño..”.

[5] ARCILA ROBLEDO, Gregorio. Apuntes históricos de la Provincia Franciscana de Colombia. Bogotá: imprenta Nacional, 1953, pág. 282

[6] Véase: “la vorágine en las selvas caqueteñas. Caucheros: percepciones e imaginarios. Antecedentes del proceso colonizador”; “Caquetá: paraíso inexplorado y laberintos de sorpresas” colonos: percepciones e imaginarios.; “la selva: jungla de intensos follajes y vientos huracanados”. Frailes capuchinos: percepciones e imaginarios. Los anteriores artículos se encuentran en la obra: Perdomo Castañeda Gabriel. “Paraíso inexplorado y laberintos de sorpresas. En la selva la mesa está servida. (Caquetá: años veinte al cincuenta del siglo XX). Florencia, Universidad de la amazonia, vicerrectoría de investigaciones. 2023. (sin publicar)

[7]JARAMILLO, Jaime Eduardo y otros. Colonización, Coca y Guerrilla. Bogotá: Alianza Editorial colombiana, 1989. 322 págs.

[8] Perdomo Castañeda Gabriel. De la vorágine a la tierra de promisión. Una historia local de la construcción sociocultural de la ciudad de Florencia. (1902-1952). Florencia, 2024. (investigación en construcción y sin terminar)

[9] GARCÍA CANCLINI, Néstor. Culturas híbridas: estrategias para entrar y salir de la modernidad. Buenos Aires. 1992.

[10]  CUERVO, Antonio B. Colección de documentos inéditos sobre geografía e historia de Colombia. Bogotá: 1894, Tomo 4, pp. 301-303)

[11] Ídem.

[12] PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel. Capuchinos y Caqueteñidad; sujetos y territorio (Caquetá: 1893-1951) Florencia: Universidad de la Amazonia, 1999.

[13]  CUERVO, Antonio B. Colección de documentos inéditos sobre geografía  e historia de Colombia. Bogotá: 1894, Tomo 4, p 257

[14] La quina tuvo su explotación intensiva a partir de 1875, y encontró su época de depreciación en 1884, cuando empezó el auge del caucho (Cfr. PARDO, Ricardo. La región del Caquetá y la compañía peruana. EN Repertorio Boyacense. Tunja, 1912)); en cuanto al caucho “la época inmediatamente anterior y posterior al comienzo de la guerra (1889-1902) fue el momento de la de verdadera prosperidad   por los altos precios como por la abundancia de árboles y facilidades topográficas para la explotación. (ROCHA. Joaquín. Memorándum de viaje. Bogotá; casa editorial el Mercurio, 1905, p. 67).

[15] PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel. Capuchinos y Caqueteñidad; sujetos y territorio (Caquetá: 1893-1951) Florencia: Universidad de la Amazonia, 1999. p. 10

[16] URIBE PIEDRAHITA, Cesar.  Toá. Narraciones de caucherías. Medellin: editorial Bedout S.A., 1982

[17] DE IGUALADA, Francisco. Estado de la Misión del Caquetá en 1940”, en Amazonía Colombiana Americanista. Vol. 1 No. 2, Sibundoy, 1940, pág. 29.

[18] AMÉZQUITA, Carlos. Nuevos modelos de vinculación de zonas de colonización a la vida nacional. Neiva, Centro de Estudios Sur colombianos, 1981, p. 34.

[19] Para los datos de 1964, Véase BRUCHER, Wolfgang. La colonización de la selva pluvial en el piedemonte amazónico de Colombia. Bogotá: IGAC, 1968, pág. 76. Los datos de 1979 son aportados por el INCORA y citados por PULECIO YATE, Jorge. “Aspecto socioeconómico de la actual colonización del Caquetá”. Bogotá: Universidad Nacional, monografía de grado, 1981, p. 48.

[20] JARAMILLO, Jaime Eduardo, MORA, Leonidas y CUBIDES, Fernando. Colonización, coca y guerrilla. Bogotá, Alianza Editorial Colombiana, 1989.

[21] PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel. Paro Cívico pro-electrificación del Caquetá (1977). EN: Florencia Hoy, edición 80, septiembre de 2007, págs. 6-7.

[22] RAMIREZ MONTENEGRO, Roberto. Procesos recientes de guerra y paz  en la amazonia colombiana. EN: UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA. Dimensiones territoriales de la guerra y la paz. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2004, p. 603-620)

[23] SINCHI, Caquetá; Construcción de un territorio Amazónico en el siglo XX. Bogotá: Tercer mundo  editores, 2000,  pág. 13.

[24] En el año  2001 y 2002 con el Ministerio de Cultura, la Universidad de la Amazonia, el Fondo Mixto  para la Promoción  de la Cultura y las Artes del Caquetá, el Instituto Departamental de Cultura, desde el Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad,  con la dirección de los Profesores Gabriel Perdomo Castañeda y Luis Eduardo Delgado Santacruz, se realizó el Diplomado  en Gestión Cultural Comunitaria con gestores culturales del centro, del sur y del norte del Caquetá, cuyo eje interpretativo y reflexivo fue la categoría Caqueteñidad lo cual llevó a crear,  promover, desarrollar y fortalecer proyectos y eventos artísticos con contenido local y regional como el Festival Folclórico San Pedro en  Florencia y Encuentro de la Caqueteñidad; también en Florencia se realiza El Colono de Oro. A nivel de los Municipios del Caquetá hay otros eventos tales como: el Festival  Departamental  de Danzas de Curillo (Busca la danza representativa de cada Municipio), el Festival del Rio (Belén), Festival El Paujil de Oro (Paujil), Festival Sueños del Bodoquero (Morelia), Festival El Yariceno (San Vicente), Festival del Caucho (Doncello), Festival del Sanjuanero Montañitense (Montañita); Festival Encuentro de Culturas indígenas (Milán).  Por otra parte, desde el año 2005 hasta el 2007 la Alcaldía de Florencia celebró las jornadas de la caqueteñidad.

[25] PERDOMO CASTAÑEDA, Gabriel. Florencia: Personajes, instituciones y símbolos. (1902-2002). Documento sin publicar.

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